Lecciones de la Influenza Española

Se dice que la crisis del Coronavirus no tiene precedente alguno, y que, de tenerlo, uno tendría que remontarse a inicios del siglo XX, cuando el mundo fue azotado por el esparcimiento de la llamada “Influenza española”.

Y decimos “llamada” porque no hay motivos claros por los que a esta epidemia sea “española”. España no era un país especial en aquellos años, salvo por su abstinencia en el conflicto bélico de la primera guerra mundial, y en términos de contagios y muertos, sería más conveniente llamarla “influenza hindú” o la “gripe de india” porque ahí fue donde se gestó la mayor mortandad por el virus. Respecto a su origen es discutido si los primeros casos brotaron en Francia, Kansas o la propia China, por lo que el vínculo español se reduce únicamente a que la prensa de este país fue la que le dio mayor cobertura al virus.

Dicho eso, lo que se sabe de la influenza española es que tuvo “tres olas”, la primera en el verano de 1918, la segunda (y más peligrosa) entre septiembre de 1918 y enero de 1919, y la tercer ola comenzó en febrero de 1919 y duró prácticamente todo el año (si bien se considera que existió una cuarta ola en algunos países a inicios de 1920).

Durante la epidemia española murieron grandes celebridades, como el propio Max Weber, el artista Gustav Klimt o el mismo Frederick Trump, abuelo del actual presidente de los Estados Unidos. Y a ella sobrevivieron tantos más del calibre de Ghandi, Hayek, o el empresario Walt Disney.

Se suele comentar que la epidemia afectó gravemente a Woodrow Wilson, el entonces presidente de los Estados Unidos que, con su participación, había terminado por decantar la victoria de los aliados durante la guerra, y quien además era el principal promotor de la Liga de las Naciones (el antepasado oficial de la ONU). Dada su afectación, Wilson no participó efusivamente en las negociaciones del tratado de Versalles de 1919, por lo que algunos historiadores suman la influenza española a las causas potenciales de la segunda guerra mundial.

Lo cierto es que hay pocos datos claros de la epidemia, y menos aún de su potencial impacto en la economía mundial, por lo que siempre que se suele comparar la crisis del Covid-19 con ella, se queda la sensación de estar comparando con una especie de vacío.

Pero un poco de luz acaba de arrojar el trabajo del afamado economista Robert Barro, quien en su más reciente artículo ha buscado estimar el número de muertos potenciales, atribuibles verdaderamente a la epidemia, y los efectos netos sobre el PIB de 43 países.

De acuerdo con sus resultados, existieron 23.5 millones de muertos atribuibles a la epidemia en 1918, 8.4 millones en 1919, y 2.8 millones en 2020, lo que da un total de 34.6 millones de personas, el número de infectados se estima que fueron alrededor de 39 millones entre la primer y la cuarta ola, lo que arrojó una tasa de mortalidad de 1.38% en 1918, 0.49% en 1919, y 0.16% en 1920, lo que suma un total de 2.0% para todo el periodo.

Al interior de cada país pueden observarse algunos datos interesantes: La India fue el país con mayor tasa de mortandad con un 5.2%, lo que implicó 16.7 millones de personas fallecidas (el 43% de todos los muertos durante dicho periodo); le sigue Sudáfrica  con una tasa de 3.4% y posteriormente Indonesia con 3.0%. China tuvo una tasa de mortalidad muy baja, principalmente porque el tamaño de su población siempre ha sido muy grande (570 millones de personas en esos años), pero tuvo 8.1 millones de muertos (el 22% de los fallecidos a nivel mundial, tan sólo después de la India), mientras que España por ejemplo apenas tuvo 300 mil muertos.

En México por ejemplo la tasa de mortalidad fue de un 2% para todo el periodo, afectado principalmente durante la primer y cuarta ola con una tasa de mortalidad de 1.5% y 0.5% respectivamente.

Por lo que estos datos sugieren que el proceso de infección estuvo muy por debajo del tercio poblacional que en ocasiones se especula que hubo (el trabajo de Barro es enfático de hecho en la poca fiabilidad que hay en datos de mayor peso en la infección).

Ahora, los efectos limpios de la influenza española son difíciles de cuantificar debido a que el evento convive cronológicamente muy de cerca del periodo de guerras y la gran depresión (principalmente es muy cercano al periodo final de la primera guerra mundial), por lo que no es plenamente identificable la magnitud del choque que se experimentó.

No obstante, el trabajo de Barro hace un esfuerzo por aislar y capturar dichos efectos, encontrando lo siguiente:

Hay varios hechos interesantes a destacar. Por inicio, Barro trata de diferenciar los efectos de la guerra mundial a través de una variable que acumula el número de deseos durante el primer conflicto bélico (lo que llama “war death rate”), y de acuerdo con sus resultados, el efecto de la primera guerra mundial sobre el crecimiento del PIB per cápita para un país cualquiera debió haber sido alrededor de una baja de 8.4% (0.0047 que fue la tasa de mortalidad promedio durante 1914-1918, y -17.9 que es la elasticidad estimada por war death rate).

Segundo, la inclusión de distintos rezagos en la estimación, muestra evidencia de que mientras el conflicto mundial tuvo permanentes en el crecimiento del PIB (los rezagos empleados muestran significancia estadística), la influenza española no. Lo que sugiere que los efectos económicos por la epidemia son verdaderamente transitorios.

Finalmente, los resultados de Barro sugieren que cada punto porcentual que subió la tasa de mortalidad de la influenza española, se perdió cerca de 3 puntos del PIB. Como la tasa de mortalidad promedio estimada para las cuatro olas de la influenza española fue de 2%, esto significa que el costo de la epidemia fue de alrededor de 6% del PIB real per cápita de aquellos años.

¿Y qué hay de los efectos de la epidemia en otras variables?, el estudio calcula que la influenza puede afectar largamente a las bolsas hasta en un 13% por cada punto porcentual de la tasa de mortalidad (o sea un total del 26% para el periodo de 1918-1920), pero los resultados no son estadísticamente significativos, y no muestran ser tampoco de carácter permanente.

Las guerras mundiales en cambio tienen efectos largos y profundos sobre las bolsas, y suelen ser de carácter prolongado.

No obstante, donde sí parece haber efectos significativos es sobre la demanda de activos seguros, por lo que la epidemia suele disminuir las tasas de interés de los bonos estadounidenses, pero al mismo tiempo aumenta significativamente las presiones inflacionarias (si bien a la mitad de los periodos de guerra).

¿Qué lecciones pueden sacarse entonces de los efectos de la influenza española hoy en día?, bueno pues si aplicáramos la misma tasa de mortalidad que estima Barro en la influenza española para la población de hoy en día (cerca de 7.5 mil millones de personas), esto significaría que el número de decesos podría llegar a ser de hasta 150 millones de personas (actualmente sólo hay poco más de 37 mil fallecidos por Covid-19). Esto significaría que habría de morir cerca de 6.5 millones de personas en Estados Unidos o tres millones de personas en México.

Y esta cantidad de fallecimientos llegaría a costar en promedio hasta 6 puntos del PIB per cápita del mundo, lo que vendría siendo alrededor de un 10% de caída del PIB real, o una contracción del consumo precipita de un 8%.

Estos últimos datos, son en realidad cifras cercanas a lo que en realidad se vivió en la crisis de 2008, por lo que pareciera sugerir que el costo económico de la pandemia podría no ser tan grave como en algunas editoriales se especula. ¿Será?

Más aún, Barro es optimista respecto sus resultados aplicados a la época actual y considera que la contracción del PIB per cápita en un 8% debe considerarse como un escenario de riesgo de “cola”, porque desde 1918 los servicios de salud han mejorado significativamente en todo el mundo, incluyendo los procesos de detección, prevención y cuarentena que se están realizando hoy en día y que no fueron aplicados entre 1918 y 1920.

¿Cuál es el riesgo entonces?, potencialmente dos. Primero que los resultados son un promedio de afectación para el mundo, lo que no quiere decir necesariamente que no vaya a haber economías que se depriman más o que se depriman menos. El espacio de acción de la política aquí será definitorio. Segundo, Barro puede estar subestimando sustancialmente los efectos repetidos de una influenza española en el siglo XXI, después de todo la economía no funciona igual que en 1918, la interconexión entre los países, las cadenas globales de valor, y el peso del sector público no son los mismos que eran antes.

No tiene por qué morirse 150 millones de personas para que la economía se contraiga un 8%, justamente la crisis del 2008 nos reveló eso, porque la velocidad, y el grado de dependencia global es diez, veinte o treinta veces más grande hoy en día de lo que era en 1918.

El mundo es más mundo, por resumirlo de alguna forma. Así que más bien los datos de Barro sugerirían que si el mundo funcionase de manera similar a lo que era a finales de la primera guerra mundial, al menos, deberíamos esperar una caída de un 6% en promedio.

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